Hace un tiempo me negué a ver las noticias. De hecho, nunca me han gustado, no me aportaban nada bueno. Recuerdo muchas ocasiones en las que viéndolas con mi familia de pequeña, una imagen desagradable me revolvía el estómago y me impedía seguir comiendo. Y lo peor de todo, me continuaba dando vueltas en la cabeza a lo largo del día.

Ahora con las redes sociales, mires donde mires, la cantidad de noticias tristes que se ven por todos lados es abrumadora. Twitter, Facebook,… allá donde abras una noticia ves maltrato animal, guerras, desahucios, mujeres asesinadas, conflictos nacionales e internacionales. Injusticias en general.

Por otro lado, están las múltiples enfermedades que no conocías, pero que gracias a las imágenes desagradables que se cuelan por las redes, ya estás enterad@. En mi consulta veo a mucha gente temerosa de sufrir tal o cual síndrome, porque ha visto algo en Facebook que parece coincidir con sus síntomas.

Y lo cierto, es que no es nada raro que esto ocurra. Porque si sólo vemos desgracias, ¿de qué vamos a tener llena la cabeza?

De miedo.

Miedo, porque no controlamos las cosas que nos preocupan, y nos preocupan muchas cosas gracias a este exceso de información que tenemos.

Nuestro cerebro no está preparado evolutivamente para este salto cualitativo que ha dado la sociedad gracias a las nuevas tecnologías. Y no vamos a negar las múltiples ventajas que nos aportan. Pero cuando no hay control, ¿cuál es el precio a pagar?

La calma.

Estamos renunciando a estar tranquilos.

Por otro lado, tenemos un exceso de información de miles y miles de temas. Y así, cuando te levantas por las mañanas, en un rápido vistazo al Facebook, te da tiempo para ver el accidente que ha ocurrido esta madrugada, el incendio que ha asolado hectáreas de bosque, un par de recetas de comida sana (que te recuerda que no estás comiendo tan bien como debieras), las fotos de la fiesta de anoche de tus compañeros de universidad (que por cierto, te hace sentir mal porque tú no has salido y te da la sensación de que todo el mundo se divierte más que tú), un post con 12 tips para ser más feliz y el último fraude político.

Todo así, recién abiertos los ojos.

Aún no te has tomado el café y tú cerebro ha recibido más información de la que puede procesar. Y esto tiene otro precio a pagar.

La desconexión con uno mismo.

Por supuesto que habrá siempre gente que diga que hay que estar informados de las cosas que pasan en el mundo. Pero lo cierto es que yo no veo las noticias y estoy enterada de lo verdaderamente importante, que no suele ser lo que sale en los telediarios: Soy muy consciente del daño que ocasiona el cambio climático y de la necesidad de concienciación masiva que hay, del daño en nuestra salud que nos ocasionan los pesticidas y los químicos que usamos todos los días, de lo urgente de la educación en materia de violencia de género y de lucha contra el machismo, y de lo poco necesario que es sin embargo, oír hablar siempre de lo mismo (noticias varias sobre quién la tiene más grande en tema de política). No saco ninguna ventaja de estar informada de cosas que me abruman, distraen, enfadan, me hacen perder el tiempo y me alejan de mí misma.

No, gracias.

No hablo de no querer sabe nada del mundo exterior, pero sí de cuidar el tipo de información que puedo y quiero procesar en función de las cosas importantes para uno mismo.

En el mundo, pasan muchas cosas bonitas todos los días, pero si sólo nos llenamos la cabeza de imágenes feas, ¿cómo vamos a enfocarnos hacia las cosas agradables?

Me dan pena las nuevas generaciones que han venido con un móvil en la mano, porque no van a poder agarrarse al recuerdo de cómo era la vida cuando te levantabas por las mañanas con los ojos pegados y te ibas directamente a la cocina a prepararte un café, saludando a los miembros de tu familia que te ibas encontrando. Y fijabas la vista en un punto de la pared mientras masticabas tu tostada e ibas volviendo a la vida de manera pausada. En la cabeza sólo tenías lo que ibas a hacer ese día, y posiblemente los pensamientos más importantes del día anterior, porque no había miles de noticias flotándote en la cabeza. Estábamos conectados con nosotros mismos.

¿Lo recordáis?

Yo sí. Y cada día, trabajo para no perderme de vista.