Llevo meses intentando saber lo que siente una madre que ha perdido a su hijo. Y lo cierto es que no puedo. No porque no sea madre, sino porque no lo he vivido. Y sé que debe ser un dolor desgarrador por pura empatía, pero más allá de eso, se me hace imposible ponerme en sus zapatos.

Hace meses una buena amiga y su marido pasaron por su peor pesadilla. Fueron al hospital a tener a su hija, y se volvieron sin ella.

Hoy quiero escribir sobre esto, porque me he preguntado durante este tiempo cómo podía ayudarla, si no como psicóloga, sí como amiga.

Creo que lo más valioso en estos casos para esos padres que han perdido a un miembro de la familia en el momento del parto, es la compañía en el más absoluto silencio. No sólo porque no creo que haya palabra alguna que consuele, sino porque sin querer, se puede hacer más daño que beneficio. En esos momentos, creo que lo que más necesita una persona que siente que se está desagarrando por dentro es que se la escuche sin más, aunque no se la esté entendiendo, que no se le reprochen sus emociones, por muy contradictorias o difíciles de entender que sean, y que se les brinde el calor de un abrazo incondicional.

He sido testigo de palabras que intentaban ayudar como “ya tienes otro hijo, agárrate a eso”, “no tienes recuerdos con ella, vas a superarlo”, “puedes tener más hijos” o “ya es hora de que pases página, la vida sigue”.

Por partes.

En primer lugar, no se puede tratar el nacimiento de un bebé muerto como un aborto. Porque no lo es. Es un bebé que nació en un parto, que tiene nombre y apellidos, y que tuvo funeral y entierro. Por lo tanto, decir que se pueden tener más hijos como si éste no existiera, se me antoja por lo menos superficial.

Segundo, no tener recuerdos con ella, en ocasiones puede hacerlo más difícil para superar el duelo, y no tener nada físico, como fotos, no hace menos real el dolor.

En tercer lugar, cada quien vive su dolor y su duelo a su manera y a su ritmo. No hay un tiempo determinado, reglas, ni fórmulas mágicas. Todo lo demás son opiniones de gente que no ha pasado, ni sabe por lo que ellos están pasando.

Por último, juzgar es igual de gratis que injusto. Nadie está en condiciones de tener una opinión al respecto de algo que no han vivido, para decir si lo están haciendo bien o mal.

Todo duelo tiene su proceso de dolor, negación, enfado, sensación de irrealidad, tristeza, aceptación. Se mezclan sentimientos encontrados en los que se está enfadado con el mundo, se pierden la fe y las ganas de seguir. Si a esto le sumamos que no todo el mundo sabe escuchar sin opinar, ni dar su apoyo incondicional, los padres pueden verse en una situación de desamparo y soledad acentuada por la incomprensión de su entorno.

Creo imprescindible que la pareja en esta situación sea un equipo. Que se comuniquen sin barreras y vivan el dolor de forma conjunta, respetando su individualidad en el duelo. Cada uno ha perdido a su hijo, pero lo vive de manera distinta. Por un lado, está el padre que no puede agarrarse a la experiencia del embarazo. También es probable que por los estereotipos sociales o como mecanismos de defensa, tome la postura de hacerse el fuerte para seguir manteniendo el tipo como pilar de la familia. Esto no significa que ya haya olvidado ni procesado el duelo. Por otro lado, la madre que no puede evitar la respuesta biológica del cuerpo, pidiéndole un bebé para la lactancia para la que está preparado. Y es que al cuerpo no se le puede explicar que no hay niño. Es importante que entre ellos se comuniquen y expliquen su experiencia, ya que en ocasiones, el hombre no entiende la parte fisiológica de la mujer, y la mujer puede sentirse sola al observar la aparente fortaleza que el hombre puede intentar mantener.

Del mismo modo, es importante que se cuiden emocionalmente, realizando actividades que les hagan distraerse sin sentirse culpables. Es una obligación para ellos que se mimen y reconforten de la manera que mejor les haga sentir, sin sentimientos de culpabilidad, ni necesidad de justificarse.

Tampoco les hacemos ningún favor omitiendo al hijo que falta, porque es real, aunque no esté presente. Por lo que obviar nombrarle, no sólo no ayuda, sino que puede hacerles sentir peor. Preguntarles por el bebé sin miedo, cómo era, cómo pasó todo, puede ayudarles a expresarse y a hablar, aunque les haga llorar. Si ellos no quieren hablar del tema, estarán en su derecho de no hacerlo. Pero crear un tema tabú, puede ser peor.

El momento en el que aún no han salido del hospital y están rodeados de madres felices con sus bebés en brazos, deberían contar con un apoyo psicológico especializado que les guiaran en el momento de la despedida, dejándoles pasar el tiempo necesario con sus bebés. Un asesoramiento específico en estos casos, puede ayudar a procesar el duelo después.

Sólo decir a la gente que ha pasado y está pasando por este trago tan injusto, que se permitan sentir el dolor, caer, tocar fondo, seguir adelante al día siguiente, llorar, gritar, estar solo, irse de los sitios cuando todo duela demasiado, o hacer lo que tengan que hacer, lo entiendan o no la gente que tienen cerca. Porque ese dolor es suyo, y cada quien lo tramita como puede y necesita. No dudéis en buscar apoyo psicológico si así lo necesitáis. Este no es un proceso para el que nadie esté preparado emocionalmente.

Y sí, el tiempo acaba suavizando el dolor y haciéndolo menos punzante. Aunque en ciertos momentos pueda parecer que la vida se ha acabado, terminaréis contactando con las cosas que os hacen felices. Tomaos vuestro tiempo.